martes, 29 de mayo de 2012

cucusemi V


Continúan las aventuras de nuestro singular personaje

Capitulo quinto: de cómo Cucusemi amplía su horizonte cultural y empieza su vida en sociedad.

Todo parece ir sobre ruedas, mi formación crece con el tiempo y la escuela de los cagones se me queda pequeña.
Este ha sido un verano lleno de emociones. Preparándome para ir al colegio de los mayores casi no me doy cuenta de que los astronautas norteamericanos Armstrong y Aldrin han pisado la luna, claro que mis preocupaciones  estaban por otros menesteres y no por los grandes pasos de la humanidad, “vivíamos cantando” la canción de Salomé, buscando “el carro” de Manolo Escobar, intentando traducir el “sugar sugar” de los Archies y el "get back" de los Beatles, se empezaban a ver los primeros SEAT 1430 -auténticos superdeportivos para la época- los afortunados que tenían televisión disfrutaban con las aventuras del Capitán Marte y su flamante XL5 recorriendo las galaxias en su “camino de regreso a casa”.

Muchas cosas pasaban ese año, mas como he dicho son anécdotas que alegraban las tertulias de los adultos pero a mí me ilusionaba más empezar el colegio. Voy a ir al primer curso de primaria y mi familia ya está poniendo todo su esfuerzo en pertrecharme adecuadamente, necesito lápices, sacapuntas, gomas de borrar, libretas y unos cuantos libros de texto –suerte que puedo aprovechar algunos de mis primos. También una cartera en condiciones para transportar todo y además estamos en plena mudanza de casa. Mi padre compró un solar cerca de donde vivía mi abuela y estamos construyendo una vivienda allí, al principio un cercado con una habitación interior que hace las veces de dormitorio, salón y cocina que a base de sucesivas ampliaciones se convertirá en una estupenda casa de una planta con tres dormitorios, garaje, cocina, salón comedor y dos baños y un estupendo patio donde pasé maravillosos momentos de ocio.

Y digo estamos porque en aquella obra hemos puesto todos nuestro sudor, en la medida que nuestro cuerpo y edad nos permitían, eran tiempos de escasez y cada cual ponía lo que podía tanto en la construcción como en conseguir dinero para continuar, trabajando a destajo en los campos y almacenes de melones, recogiendo pimientos y algodón, por suerte no faltaba nunca trabajo en el campo para quien quisiera agachar el lomo por cuatro pesetas. Muchas horas y mal pagadas pero por lo menos cobradas e invertidas en nuestro futuro. Yo, como el pequeño de la casa, estorbaba más que hacia pero también puse mi parte, me acercaba por donde los trabajadores y les quitaba las botellas de cerveza vacías para venderlas en las tiendas cercanas donde me daban unos céntimos por cada casco, no da para mucho pero es un buen comienzo empresarial. Para aumentar beneficios también cogía las botellas que aun no estaban vacías y las derramaba en un rincón, esto no gustaba a algunos y empezaron por ponerlas en sitios cada vez más inaccesibles para mi estatura e ingenio, primero poniéndolas en bolsas colgadas de un clavo del muro, triste solución pues con mi audacia, algún tablón y unos ladrillos improvisaba una rampa con la que acceder a ellas, más triste mi sino pues siempre había quien me pillaba y en vez de botellas me llevé unos tirones de oreja y más de un pescozón. Al final era mucho estrés para mi infantil existencia y decidí dejar mis aventuras empresariales para un futuro.
El futuro empieza con cada día y hay que estar preparado para vivirlo y la preparación consiste como he dicho en otras ocasiones en una buena base teórica y la práctica.   La teoría empezaré tomándola en el colegio que los niños llamábamos “el cole de los mayores”.

 Vaya diferencia con la escuela de parvulitos, esto ya es un edificio en condiciones, imponente con sus dos plantas, puesto al centro de un patio enorme cercado con una valla de rejilla metálica, sobre elevado del terreno para aislar los suelos de la humedad y su resplandeciente fachada blanca rematada con cercos gris oscuro en las puertas y ventanas. Con letras en negro sobre la entrada principal a pocos centímetros del techo, justo encima del balcón del piso de arriba, su nombre formando un arco: “GRUPO ESCOLAR”. En cada planta había dos aulas, la planta baja para niñas y el primer piso para niños, a la parte femenina se accedía por la escalinata de la fachada principal mientras los varones teníamos otra entrada por un lateral del edificio, por una escalera más sobria y estrecha llegamos a nuestra clase.
Se impartían dos cursos por aula, en la primera los de 1º y 2º mientras en la otra los de 3º y 4º separados en dos filas –entonces lo de la ratio por aula era así- el resto de cursos de primaria se impartía en otro colegio en un pueblo cercano.
El día empieza cantando el himno nacional, clases de seguido hasta el recreo, entonces podemos jugar en el patio mientras comes el bocadillo, más clases hasta la hora de comer que vamos a casa y de vuelta por la tarde un par de horas y para terminar cantamos el “cara al sol”. Los viernes por la tarde bajamos a la planta baja y junto con las niñas rezamos el rosario.
Me gusta pero todo tiene su pega, con tanta variedad no sé cuando el maestro explica algo para mi curso o para el curso paralelo, esto hace que me distraiga y no responda cuando pregunta don Joaquín, que así se llamaba el profe de 1º y 2º. Y como se las gastaba, a la que te pillaba en un renuncio ya te tiraba de las patillas hasta levantarte en peso o en los casos más leves te daba con la regla de madera en la palma de la mano y no la quites ¡que es peor!... De nada servía tener enchufe con él -ya que era primo de mamá –te llevas la tunda por duplicado una en clase y otra en casa.
-Ustedes dos que están hablando, ¡al rincón!-rascón de patilla y de cara a la      pared.
A ver ¡si yo no estaba hablando, solo oía lo que decía mi compañero!
Que quiero hacer pipí –decía con la mano en alto. -rascón – ¡te esperas al recreo!.
Si claro, en el recreo. Con lo corto que es voy a perder el tiempo en esto. Por aguantar me lo hago encima –rasca, palma ¡ay! y de cara a la pared.
Pasó el primer curso entre rascones y palmadas pero ya sabía defenderme con las sumas, alguna regla de multiplicar y una caligrafía horrible –más o menos como ahora.
El segundo curso trajo importantes novedades, de entrada le habían cambiado el nombre al cole. Ahora se llamaba “Colegio Nacional Mixto”, rimbombante pero eso implica que los niños y niñas compartimos aula y eso evidentemente era mucho más divertido, la pega… la pega es que también compartimos profesores y, cielos, las doñas hacen que se eche de menos el rascón de patilla y el reglazo te lo dan en la punta de los dedos que pica más.
Mi mente se va nutriendo poco a poco y mi cuerpo ya esta fuerte y ágil para empezar la práctica e incluso para meterme en líos y aventuras...

  pero eso lo contare en otro capitulo…

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viernes, 11 de mayo de 2012

tarta de chuches

Un detalle bonito, barato, original y que asegura un éxito total para hacer un regalo a los niños, sobre todo en ocasiones especiales: 
 Una tarta de chuches

El mérito es de Mari Paz que tiene paciencia e ilusión aunque yo también colaboré en algún momento y como fotógrafo. 

La cantidad de material depende del tamaño pero si somos golosos podemos comprar de mas sin miedo.

Para hacerla, primero diseñamos la forma que tendrá al final, en este caso va a ser un formula 1. Recortamos de corcho blanco las piezas necesarias, empezando por una buena base y luego el resto.


 Todas las piezas irán envueltas en papel de aluminio de uso alimentario con la cara brillante hacia el corcho y se van montando según se avanza en el cubrimiento de cada una con chuches. Y después se sujetan entre ellas con palillos de madera de los que se utilizan  en las brochetas.


 Los dulces se pinchan sobre la estructura con palillos, venden unos de plástico y de colores variados que son ideales para este trabajo.


 Hay que elegir las golosinas pensando en el color y el diseño de la tarta para conseguir un efecto verdaderamente espectacular.


 Para algunas piezas, como la cabeza del piloto en este caso, se ha cogido un huevo de chocolate y los detalles se hacen con recortes de regaliz y gominolas



 El resultado se puede ver, durante poco tiempo pues los chicos la devoran en un santiamén, pero solo ver sus caras recompensa por el trabajo.


duelen los dedos pero están para relamerlos... humm.....

miércoles, 2 de mayo de 2012

cucusemi IIII

 Si ya has llegado hasta este capitulo sabes de que va la historia y si no ve directamente al capitulo primero y no hagas trampas.

Capitulo cuarto: de cómo cucusemi inicia su formación intelectual, académica y vital
 
Ya tengo edad suficiente, como ya dije en el anterior capitulo, debo formarme y aprender cosas mas allá de lo que la simple experiencia me ofrece.

No tenia claro entonces si la decisión de mis padres respondía a su deseo de iniciar en mí una educación selecta o más bien se debía a poder dejarme en lugar seguro mientras ellos trabajaban para poder llegar a fin de mes sin demasiados agobios, con los años esta vicisitud ya no tiene secreto para mí pero quizá sin ser plenamente conscientes de lo que suponía para mi desarrollo, sinceramente, creo que tomaron la decisión correcta.

Y así me encontré al final del verano, enfrentado a mi suerte. Solo y en compañía de otros de mi edad inicié mi formación intelectual en “"La escuela de los cagones”".

No era exactamente un centro como los actuales, La escuela era una casa adaptada para acoger a los niños y tenerlos entretenidos, donde la señorita Conchi que hacía las veces de directora, jefa de estudios y profesora de todas las áreas. La casa era... como las casas típicas de este entorno, una planta baja con un recibidor, a derecha e izquierda sendas habitaciones de las cuales la de la diestra se llamaba “cuarto de los ratones” - donde te metían un rato si no te portabas bien - y la contraria siempre estaba cerrada por lo que no sé que función tenía. A continuación y separado por un viejo marco de madera, que en su día debió acoger dos puertas que lo separaran del vestíbulo,  lo que fuera el comedor también con dos puertas a los lados a la derecha otra habitación cerrada y a la izquierda la cocina. Desde la cocina se podía salir al patio y dentro de éste un pequeño habitáculo era el retrete que, básicamente, era un pozo ciego, con ladrillos y un buen tablón de madera se había hecho una base para sentarse y poder hacer cómodamente las necesidades naturales del cuerpo. Una larga mesa con bancos corridos a ambos lados ocupaba el recibidor hasta el comedor y allí recibí, junto a mis compañeros de generación, las primeras lecciones cívicas y aprendimos las primeras letras, niños a un lado y niñas a otro que tampoco eran tiempos de libertinaje.

Fue por entonces que aprendí una frase que con el tiempo daría mucho juego: mi mamá me ama, mi mamá me mima. En realidad eso ya lo sabía –-valiente descubrimiento-  pero lo verdaderamente impactante es que supe escribirlo y leerlo, de hecho esta historia no hubiese sido posible sin el correcto aprendizaje de esta oración y otras parecidas e incluso más cursis. Lo del juego que da la frase surgirá más de cuarenta años después, pero eso ya lo contaré en su momento.

De esta forma inicié mi formación académica, también aprendí normas sociales básicas y ajustarme a un horario rutinario. De lunes a sábado tras el aseo y desayuno mis hermanas me acompañan hasta La escuela 
– -¡no te vayas hasta que vengamos a recogerte!.- me dejaban de encargo, mientras ellas iban a su colegio. Al mediodía volvían a recogerme y para casa. Después de comer otra vez el mismo recorrido, un día tras otro. Algunas veces me despistaba y, casi sin querer, me dirigía hacia la playa que estaba cerca a jugar y cuando atinaba a volver a casa me las encontraba castigadas  por haberme perdido, entonces mamá tomaba cartas en el asunto y daca – ¡para que aprendas!.
- ¡A ver, si para aprender ya voy a la escuela!

En La escuela estábamos lo mejorcito de las futuras personalidades que darán sabor al pueblo, aún no se nos notaba pero entre aquellas personitas salieron alcaldes, policías, buenos artesanos y negociantes, delincuentes…  Algunas varias cosas de estas a la vez.

De entre todos mis compañeros he de destacar a Antonio que aparte de ser vecino mío compartimos inocencia y mala leche a partes iguales, si había premio era para los dos y cuando tocaba “cuarto de los ratones” también era a medias.
¡Ay, el cuarto de los ratones!. La primera vez que fui castigado he de reconocer que me dio miedo entrar. Se trataba de una habitación vacía, salvo alguna silla rota y alguna caja dejada en un rincón conteniendo dios sabe qué. La única luz que se podía ver era la que entraba por debajo de la puerta.
En casa cuando entra un ratón mamá lo mata con una escoba pero aquí estoy desarmado, no sé como lo voy a superar así que lo mejor será romper a llorar si llego a notar su presencia.
Después de muchos castigos en el cuarto, la mayoría en compañía de Antonio, me di cuenta que en realidad no había ratones y si los hubiese solo hacían ruido al otro lado de la pared. No era necesario tener miedo por lo que nos tumbábamos junto a la puerta para poder aprovechar la luz que entraba y jugamos a “pares o nones” o hacíamos planes para por la tarde.

Un día al terminar las clases de la mañana no esperé como otras veces a mis hermanas y fui con Antonio a jugar en la playa, siempre llevamos algún juguete en la cartera y en esta ocasión yo tenía mi estrella de sheriff y dos pistolas. Disfrutamos como niños jugando en la arena a ver quien se moría mejor y en una de esas mi revolver cayó al agua, quedó flotando y se alejaba poco a poco de la orilla; le tiramos piedras para ver si las ondas lo traían de vuelta pero cada vez parecía alejarse más. No quiero mojarme la ropa o si no mamá de dará algún azote así que me quito los pantalones y me meto en el agua, está fría pero no importa tengo que recuperar mi preciosa pistola, veo que mi amigo sigue mis pasos para ayudarme –-eso sí es mojarse por amistad.
 El condenado juguete parece tener vida propia, cuanto más avanzamos más lejos parece estar. Ya me mojé el jersey así que no es preciso llevar más cuidado y me lanzo abiertamente a capturar mi presa. Con el agua ya llegándome al cuello y casi a punto de alcanzar mi objetivo algo me sujetó desde atrás y me elevó sacándome del agua, era mamá, con el agua por la cintura, una cara de enfado tremenda y gritándome como una posesa:
- te vas a enterar cuando lleguemos a casa, ¡TE VAS A ENTERAR!- decía entre azote y azote.
 Pensé que ya me estaba enterando pero no lo dije, a mi corta edad ya sabía que algunas cosas es mejor no decirlas sobre todo cuando esta tu trasero en el punto de mira de una mano diestra en sacudir. De reojo vi a mi compañero de aventuras coger su pantalón y escabullirse como si no le hubiese visto nadie, mejor así, no es necesario  que carguemos los dos con la culpa aunque después se enteró su madre y terminamos castigados ambos. Castigados, mojados pero con mucha suerte pues mamá consiguió coger el arma y no perdí más que la parte de orgullo que me dejé en el camino a casa entre llanto y azotaina.
Estuvimos varios días castigados a no jugar juntos, suerte que los patios de nuestras casas estaban separados por una pared no muy alta y podíamos hablar e intercambiarnos juguetes arrojándolos por encima, más de uno quedo encanado en el tejado pero tras un día lluvioso o con viento volvía a caer y lo recuperábamos.

Una tarde de invierno, por mi cumpleaños, tuve una sorpresa: un cachorro de gato.
Un lindo gatito con más mezcla de razas que pelo, blanco con manchas canela, tan pequeño que aún había que alimentarle con leche, la bebía el solo de un cuenco y le preparamos cama en una caja de zapatos con un trapo viejo y lo pusimos en el patio adosado a la cocina, bajo la pila de lavar, allí estará protegido de la lluvia y el viento.
 –esta será tu cama Mifú y cuando crezcas te buscaré una caja mayor.

¡Qué mala fé tiene el Mifú! Si lo coges del rabo te araña, si lo coges del cuello también, ¿para qué sirve un gato si no puedes hacer nada divertido con él? Una tarde entre Antonio y yo decidimos que teníamos que enseñar a jugar a Mifú, lo cogí entre mis brazos y salimos a la calle. Había llovido por la mañana y la calzada sin asfaltar estaba llena de barro y charcos donde nos gustaba saltar, chapotear y resbalar a pesar de ser conscientes que luego tendríamos regañina. Enseñamos al gato a saltar con nosotros, lo tiramos al charco y sale todo mojadito y temblando hacia nosotros. Debe gustarle pues ahora no araña, una y otra vez al agua hasta que dejó de ser divertido. No piensen mal, aquello no era crueldad, estábamos jugando y Mifú era un compañero más. 
De vuelta a casa la regañina fue tremenda. Que si no tenemos otro sitio para jugar, que si no sabemos jugar a otra cosa, que si el gato no es un muñeco… y entre frase y frase una buena palmada en salva sea la parte. Llorado, lavado y castigado fui a la cama esa noche y a la mañana siguiente la vida me sacudió con crudeza, aprendí lo que era el dolor, no el dolor físico pues ese ya lo iba conociendo a ratos desde que nací, si no el dolor de dentro, el que te encoge el corazón y no sabes cómo ponerle remedio. Por la mañana al levantarme e ir a saludar a Mifú lo encontré sin vida en su camita, el pobre minino se escondió allí por la noche, el agua que empapaba su pelaje y el frío nocturno fueron excesivos para su menudo cuerpo y yo sentí que faltaba algo más que un gato, perdí un amigo y encima me sentía culpable de la situación. No pude llorar, quería hacerlo pero mis lágrimas se negaban a fluir, como si alguna parte interior de mi mente quisiera fustigarme y evitar que con el llanto disminuyera mi sentimiento de culpa. 

Así te enseña la vida, lo que no está en los libros lo aprendes a base alegrías y golpes bajos a partes iguales, tuve otras mascotas y algunas me dejaron de forma triste pero todas me ayudaron a su manera a ser mejor persona.

La etapa de La escuela de los cagones ya tenía los días contados y con los conocimientos básicos de las letras y números debía empezar ya una formación más seria y especifica. La siguiente etapa será en el colegio pero eso, claro está lo contaré en otro episodio


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