martes, 19 de junio de 2012

cucusemi VI

Un alto cronológico para comprender mejor al protagonista

Capitulo sexto: de cómo Cucusemi vivía la vida en su pueblo... 

Como ya he dicho vivíamos en un adorable pueblecito de la costa, esto conlleva una serie de ventajas e inconvenientes.

 Entre las virtudes destacar la inmensa tranquilidad del día a día que te permite ver la vida con ojo práctico y sencillez. Los días son casi todos iguales, más o menos calor, más o menos lluvia, más o menos largos, todos iguales y cada uno diferente.

La pega es la incomunicación con el resto del mundo, de aquella no había internet ni teléfonos móviles,  solo algunos afortunados tenían teléfono o televisión en casa y muchas noticias así como los grandes cambios sociales los vivíamos de sopetón al llegar el verano con la avalancha de gentes de otras tierras que venían a disfrutar las canículas remojando sus cuerpos en las saludables aguas del Mar Menor y nos ponían al corriente de los avances de la humanidad:

- que si habían inventado maquinas que lavaban la ropa y la dejaban casi seca
- que si había frigoríficos que no necesitaban hielo para funcionar…

El orbe cambiaba a velocidad vertiginosa y nosotros seguíamos tranquilamente a nuestro paso. Tal aluvión de novedades despertaba en mí el deseo de crecer rápido y salir a ver el mundo en directo, pero mientras ese día se acercaba yo me dediqué a disfrutar de la vida y a prepararme para el futuro.

Los veranos eran mi estación preferida, muchos de mis amigos eran de los veraneantes que inundaban el pueblo y teníamos nuestras pandillas establecidas de acuerdo a intereses compartidos y gustos comunes. Cada uno con su idiosincrasia formábamos un grupo bastante homogéneo, variable según avanzaba el verano y de año en año. Dispuestos a lo que hiciese falta para divertirnos, si había que ir a la vía del tren a buscar piedras raras ¡pues se iba!; que alguien decía de ir a los montones de sal de la salina cercana, pues allá vamos todos hasta que volvemos tarde a y quemados por el sol, que hay que ir a pelear con otra pandilla pues ¡venga! hasta volver corriendo y llorando porque nos pegaron. Peleas sí, pero no por violencia, ni por orgullo mal entendido o por defender un territorio, peleábamos porque era una forma más de jugar, nos tirábamos piedras unos a otros igual que jugábamos un partido de fútbol de veinte contra veinte en cualquier solar.

También teníamos nuestras tertulias filosóficas y nos aficionamos a temas esotéricos: ovnis, zombis, atlantes, misterios del más allá y enigmas bíblicos despertaban nuestra fantasía. No sé si por sugestión,  por nuestras capacidades o por la amistad que derrochamos por todos los poros  llegó un momento que parecíamos comunicarnos por telepatía, bastaba un pensamiento o un simple gesto para que todos a una entendiéramos el siguiente movimiento del grupo. 

Una noche, mientras jugábamos a contar estrellas fugaces, sucedió algo estupendo: ¡vimos un ovni!. Todo un platillo volante semicircular y anaranjado del que se vieron salir dos naves más pequeñas. Fue un momento tan solo, tan rápido que los más despistados se lo perdieron. Al día siguiente los periódicos y los adultos comentaban que un avión americano había tenido un accidente y había tirado dos bombas atómicas desactivadas al mar a unos doscientos kilómetros más al sur de nuestro pueblo, mucho revuelo pero a nosotros no nos engañaron.
- ¡Ya puede venir un ministro en bañador a intentar convencernos que nosotros sabemos lo que vimos!. Si señor...

Buena pandilla hacíamos, cada uno con nuestro anhelo particular y todos con el mismo objetivo: ¡pasar el verano lo mejor posible!. Estaba yo, con mi ilusión de ser rico y viajar por el mundo, Luisito quería ser el Bruce Lee murciano, Clodes un canario empeñado en ser testigo del fin del mundo del año 2000, mi primo Antonio que compartía sueños conmigo, el Ruso un madrileño que valdría para dentista, Mateo, Penchico, Julian, Antoñin,Jose, Sopas... y tantos más. Con el tiempo nuestras pasiones se diluyeron en la realidad y muchas se cumplieron en parte. Con poca variación la pandilla se reunía cada verano, a algunos no les he vuelto a ver, bien porque no han vuelto por el pueblo o porque cuando lo hicieron era yo el que no estaba, ya que conforme me hice mayor empecé a ser de los que solo aparecían en vacaciones, otros seguimos en contacto esporádico o por las redes sociales que tanto hacen por las amistades alejadas. Tiempos felices, un obsequio de la vida que debería ser obligatorio por Ley para toda la humanidad allá donde se encuentre cada uno.

Una de las principales atracciones que surtía el verano era el cine, para ser un pueblecito casi deshabitado teníamos tres cines: el Carthago -que también llamamos cine de invierno- en el paseo de la feria, era a su vez teatro y sala de cine pero solo funcionaba en invierno imagino que por los calores ya que de aquella el aire acondicionado era algo futurista; el cine Rex -llamado cine de verano- también en la feria, era un recinto bastante amplio con una pared alta que hacía de pantalla y sillas metálicas hasta la mitad del aforo y el resto de madera plegables atornilladas entre si en filas de diez al igual que el otro cine más pequeño que está cerca de la iglesia de la Asunción y que solo se llama “cine o "el otro cine"”.
En el cine de verano pasábamos grandes momentos, ponían dos películas diarias con un descanso entre ellas para poder cambiar las cintas con el otro cine ya que eran las mismas.

Éramos pobres y no podíamos permitirnos las entradas pero teníamos un truco: por la mañana temprano ayudábamos a limpiar el recinto, recogíamos las pipas, colillas,  papeles y los botellines de refresco o cerveza que dejaban los espectadores cada noche a cambio de entrar gratis cuando las películas no fueran para mayores. De paso siempre encontramos alguna moneda perdida entre las sillas y eso nos permitía ciertos lujos: pipas, chuches y coca cola…y algún que otro petardo para gastar bromas que dejábamos caer de vez en cuando por los rincones del cine si la película no nos gustaba o para fastidiar a quien nos caía gordo.

- ¡mira, mira…...!  el tipo que nos pilló cogiendo chuches del quiosco y avisó al dueño, viendo la peli con su novia- ¡pues toma petardo debajo de la silla!                  
-como duelen los tirones de oreja cuando te pillan, pero era divertido

Así eran los veranos en el pueblo, todos iguales y cada uno diferente. Conforme crecimos cambiaron nuestros gustos y nuestra forma de ganarnos algo de dinerito saliendo con la fresca a recolectar melones y pimientos o cargando camiones en los campos cercanos, también cambiamos el cine por las discotecas y nuestras tertulias exotéricas por conversaciones más acordes a nuestra fiebre  de adolescentes.

La vida nos guiaba con paso firme a cada uno por su camino pero mientras llegábamos al cruce que separaba nuestras sendas yo continuaba disfrutando la infancia, adquiriendo habilidades que en el futuro serian muy provechosas y me permitirían vivir maravillosas aventuras muy pronto.




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