viernes, 20 de julio de 2012

cucusemi VII


Aquellos inviernos de inagotable alegría

Capitulo séptimo: de los cálidos y felices inviernos de la infancia de Cucusemi... 

 Los veranos fueron todos iguales y cada uno diferente. Los inviernos... también.

El invierno en el pueblo es una estación relativa, frío lo que se dice frío solo se nota unos cuantos días en enero y febrero, el clima de la primavera y el otoño se diluye entre las otras estaciones así que para nosotros solo existen dos: el verano, que empieza cuando acaba el colegio en las proximidades del día de San Juan,  y el invierno que empieza cuando se van los veraneantes y empieza de nuevo el horario escolar.

 Los días empezaban con el desayuno, luego al colegio por la mañana, comida en casa, vuelta a clase hasta las cinco y el resto de la tarde para hacer deberes y jugar según la etapa del año.
 Cuando estamos en época del algodón, allá por noviembre, vamos directamente del cole al campo donde esté mamá y la ayudamos a recolectar ya que pagan por kilos recogidos y nuestra colaboración  se nota. Cuando no era tiempo de cosecha pues, ¡a jugar se ha dicho! Que para eso somos niños. La pandilla de amigos no es tan grande como la de verano pero eso no impide que ataquemos cualquier proyecto divertido. 

Entre nuestros pasatiempos favoritos está buscar nidos de tutuvias -alondras las llaman los mas finolis- cazar gorriones con cepos, si el tiempo acompaña vamos a la playa  a pescar y lo que más nos gusta: fabricarnos arcos y flechas con cañas, o espadas de madera y montar en nuestras bicicletas a emular las hazañas del capitán Trueno o el Jabato luchando sin descanso contra invisibles malvados e infieles.

Empezando la década de los 70 sucedió algo que nos proporcionó interminables momentos de aventura: se suprimió la línea de ferrocarril que pasaba por el pueblo quedando abandonadas las vías y los edificios de la estación. Mucho pastel para tan pocos imberbes, toda la estación de tren vacía para nosotros con su gran almacén anexo, ventanas que se pueden romper sin que nadie proteste, cientos de rincones vírgenes para explorar, cerraduras viejas que revientan al mínimo esfuerzo.
- ¡oh, dios de los niños! Te damos gracias por tan portentoso parque de atracciones.

Que gozo corretear entre las ruinosas paredes y los falsos techos, descubrir una puerta cerrada y abrirla a base de ponerle petardos hasta que los herrajes cedían y volver a casa con los oídos pitando y el rostro ennegrecido por la pólvora, el sudor y la tierra.

Una tarde de esas, dimos con la puerta de un armario construido en el hueco de una escalera, era más bien pequeño y tenía una cerradura más moderna que en el resto del edificio. Decidimos hacer un superpetardo para abrirlo, entre Pencho, su hermano Guili y yo juntamos varias tracas de diverso tamaño y potencia, que si un par de garbanzos, otra ristra de verdes de mecha corta, un par de los gordos valencianos, todos ellos bien colocados, apretados y envueltos en el papel de aluminio de una pastilla de chocolate.
 Con la emoción del momento no caímos en el detalle de dejar fuera una de las mechas más largas y quedó una de las rápidas, colocamos el envoltorio junto a la cerradura y para que sostuviese la postura lo apalancamos con un palo. Con la más ingenua de las ilusiones procedimos a prender fuego a la mecha.
- parece que no enciende nene
- acerca más el mechero
- me quemo el dedo
- traer aquí los dos, que yo llevo mistos- saque una cajita de cerillas de las del palito de papel encerado.

 Y con decisión acercamos cada uno y a la vez una encendida a la poca mecha que aun sobresalía….

La puñetera cerradura resistió, el palo que hacía de soporte todavía debe estar volando pues no volvimos a verlo, nuestra cara debió ser todo un poema a juzgar por cómo nos miraba la gente a la vuelta a casa y nuestros oídos… bueno, los oídos todavía me pitan cuando recuerdo aquella explosión. 
- y encima me he quedado sin petardos así que mañana tendré que volver a lo de los cascos de cerveza para sacarme algo de dinerillo y reponer mi arsenal.

Sacar unas pesetas no era difícil por aquella época, tampoco como para tener un sueldo pero si era fácil conseguir unos duros con un poco de imaginación y paciencia. En las tiendas siempre compraban las botellas de cristal vacías, algunos bares nos compraban caracoles, serranas, cangrejos, quisquillas - según la época del año - para hacer las tapas; una peseta por ayudar a barrer el local, otro par de ellas por descargar la furgoneta, siempre hay alguien dispuesto a recompensar a unos zagales prontos a currar en cualquier cosa. 

Conforme crecía también me iba con mi padre a hacer reparaciones de carpintería en las casas y también sacaba buenas propinas, pronto me hice diestro en el manejo de las herramientas y antes de cumplir los doce ya me dejaba ir a hacer algunos trabajos solo.
Y allá va Cucusemi con su bicicleta y su caja de herramientas de madera reparando lo que sea menester: persianas, puertas que rozan, sillas cojas, cerraduras, con estas últimas cogí cierta soltura y ya no he vuelto a necesitar un petardo para abrir una puerta.
 - ¡ya podéis inventar cierres más potentes que  yo me los meriendo!

Pero no vayamos demasiado rápido que me haré viejo antes de tiempo, seguiré con mi infancia más feliz.
 Coincidiendo con la casi terminación de la casa nueva, donde ya llevamos un tiempo instalados, recibí una de las noticias que mas me han alegrado la existencia ¡voy a tener un hermanito!, ¡eso sí que mola!
Mis dos hermanas son demasiado mayores para mí y no saben jugar casi a nada pero un hermano pequeño lo cambia todo, puedo enseñarle todo lo que sé y jugar a lo que quiera. Desde el mismo momento que me dieron la buena nueva empecé a planearlo todo, incluso fui guardando en un bolsillo de tela que tenia escondido entre las herramientas algo de dinero extra, cuando nazca mi hermano necesitaré doble de petardos, doble de canicas y doble de todo hasta que él sepa ganarse unas monedas.

Manos a la obra con ilusión mi plan funcionaba y conforme se acerca el día del alumbramiento mi impaciencia crece, ya falta poco y debo estar preparado.

Y llego el día ansiado que, de tan deseado, se convirtió en aciago, ese día comprendí muchas cosas de la vida y de lo dura que puede ser la diosa fortuna cuando se confía en ella con exceso, pero eso...
   ...eso lo contaré en el próximo capitulo

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