domingo, 15 de octubre de 2017

Cucusemi XVIII

 Un paradigma en la vida de Cucusemi.

Capítulo decimoctavo: ...iniciando el gran viaje...


Ya había comenzado el mes de septiembre del año ochenta y uno, el trabajo en los campos y en los almacenes escaseaba pendiente de las cosechas de otoño, lo cual significa que yo estaba en paro y pasaba los días entre haciendo algo de deporte y ayudando a papá con las chapuzas en las casas de la playa.

Un día, casi sin esperarlo llegó una carta de la Marina: había aprobado la primera fase y tenia que presentarme en el Cuartel de San Fernando para las pruebas restantes que serían pruebas físicas y de agilidad. Tenía confianza en pasarlas por lo que casi era seguro que ingresaría en la Marina, mis sueños empiezan a cumplirse: ver mundo, vivir aventuras y ganar un sueldo decente; con el tiempo aprendí que sueldo decente significa más bien bajo pero la ilusión de aquel momento fue inmensa.

Pasé aquella tarde buscando a mis amigos para celebrarlo y lo hicimos tomando cañas y tapas por varios bares del pueblo, merienda-cena a gogó y al día siguiente resaca, pero más contento que un ocho.

Tenía más de un mes para presentarme así que a entrenar todos los días: carrera a diario, trepar por postes, flexiones, algo de natación aunque el agua de la playa ya empezaba a estar fresca. Cumplía de sobra los requisitos mínimos pero aún así intentaba superarme cada día por si acaso, si había aprobado el examen esto tenia que pasarlo con creces y fácilmente.

También tenía que prepararme para el viaje, en Cartagena me dieron lo que llamaban pasaporte, unos papeles que tenia que cambiar en la estación por el billete de tren en dos tramos: el primero hasta Alcázar de San Juan en Ciudad Real y de allí otro hasta San Fernando en Cádiz; más de veinticuatro horas de viaje contando con las seis que había que pasar en la ciudad manchega para hacer el trasbordo de tren.

Equipaje el justo: lo puesto, un par de mudas, algo de dinero para imprevistos, un pequeño transistor a pilas para escuchar alguna emisora de radio y poco más.
Mientras llegaba el día de mi partida fui despidiéndome de la familia y amigos, me corté el pelo pensando que si lo llevaba corto me raparían poco.

Y casi sin darme cuenta llego el día de mi partida, en los últimos días de cuarto menguante de octubre me aferré fuerte a mis sueños como decía la canción de la Electric Light Orchestra tan de moda entonces.

Con mi bolsa marrón que tanto me había acompañado otras veces, papá, mamá y mis hermanas junto a mi en él anden de la estación de Torre Pacheco a las diez de la noche tomé el tren expreso que iba de Cartagena a Madrid, un beso de despedida y diciéndonos adiós con la mano mientras la maquina que me conducía hacia mi futuro arrancaba lentamente entre crujidos y silbidos.

Había visto muchos trenes de niño pero solo por fuera, aparte que ya hacia años que ya no pasaba el ferrocarril por el pueblo, y me impresiono su interior. No por su lujo sino por lo bien aprovechado que tenia el espacio; un estrecho pasillo recorría el vagón, a un lado grandes ventanas que podías abrir subiendo parte del cristal y al otro unos compartimentos con dos asientos enfrentados donde podían sentarse hasta tres personas por banco, encima de estos y casi sin espacio hasta el techo una leja hecha con red permitía dejar el equipaje si era pequeño, otra gran ventana también con cristal de guillotina cerraba el cuarto y para no sufrir los efectos del sol ni miradas indiscretas unas cortinas de lona beige permitían cubrir la ventana y la puerta de entrada. Al principio de cada coche – o al final según se mire – un pequeño aseo con un retrete y un lava manos, de esos que tus necesidades iban directamente a la vía, por eso estaba prohibido usarlo en las estaciones. Al lado contrario del pasillo un espacio con lejas para dejar las maletas que no cogían en el compartimento.

Durante las dos primeras horas de viaje me pareció de lo más cómodo pero después comprendí porque llamaban a estos vagones “el tren borreguero”.

No iban muchos viajeros ese día, la mayoría jóvenes que como yo tenían que presentarse en San Fernando, reconocí algunas caras de entre los que hicimos los primeros exámenes juntos, unos más callados, otros con ganas de juerga, otros parecían expertos ya que habían realizado el trayecto en una o dos ocasiones; con tanto en común por vivir en el futuro enseguida congeniamos e iniciamos una amistad que ha perdurado en el tiempo y la distancia.

Fue el inicio de un gran viaje, muchos kilómetros y muchas horas abriendo la mente y el corazón a lo que pudiera pasar, dejando un hueco a la añoranza de mis seres queridos y aferrándome emocionalmente a mis compañeros que serian mi nueva familia a partir de ahora.


Fue el inicio de una nueva etapa ya que a partir de aquella noche ya nada sería igual y por eso cierro este capitulo aquí, en el próximo habrá más emociones y aventuras.