Las andanzas de Cucusemi
Capitulo décimo: del final de la infancia, o de la inocencia infantil
Ya estamos en el nuevo colegio “Bienvenido Conejero”. Con sus cuatro aulas nuevecitas, su sala de profesores –que algunas veces usábamos los alumnos para reuniones y trabajos de equipo- y una gran explanada ya que estaba abierto al campo y rodeado de solares donde podíamos jugar al fútbol o correr sin estorbarnos unos a otros.
Desde la fachada del edificio hasta la antigua vía teníamos todo un universo de tierra batida y aplanada por nuestros propios zapatos en el recreo diario. Al otro lado de la vetusta línea férrea campos de cultivo bordeados por hinojos y matorrales diversos, idóneos para situar entre ellos cepos para cazar pájaros, ya conté en otra ocasión que estos nos servían de merienda y nos sacábamos unas pelas vendiéndoselos a los bares.
Época feliz para la edad que teníamos, ajenos a una España que estaba a punto de dejar atrás la dictadura de posguerra no hacíamos mucho caso a los susurros de los adultos, entre rincones sonaban palabras desconocidas para nosotros como: huelga, democracia, cargas de los grises…
En la tele nos acompañaban los sábados las aventuras de Heidi y el gran viaje de Marco con su mono Amedio recorriendo el mundo en busca de su mamá.
Aún recuerdo el día que al poner la televisión para ver el episodio de Heidi, en lugar de mi serie favorita había un concierto de música clásica, pero ¿Qué ocurre? ¿No voy a poder disfrutar hoy?
El caso es que la banda terrorista eta había matado al presidente del gobierno, el Almirante Carrero Blanco, el país estaba de luto y las emisiones de programas de radio y televisión estaban suspendidas. Por suerte al sábado siguiente repitieron el capitulo y pudimos seguir con normalidad la historia.
Mis andanzas diarias ya tenían visos de aventura, teniendo claro que me obligarían a repetir un curso, independientemente de las notas que sacara, decidí no poner trabas a la situación y dedicarme a disfrutar la vida un poco, con mi nueva bici hecha de retales comencé a explorar cada vez más lejos, al principio por el pueblo y si el tiempo acompañaba, y había luz de día, hasta los pueblos cercanos. De paso me colaba en alguna casa vacía para jugar a ser un gran ladrón como los de las pelis, no hay cerradura, ventana o tapia que se resista a mi ingenio y destreza. Era divertido pero tenía un inconveniente: en las casas vacías no hay nada que robar y encima mi bici me delata por estar en las cercanías. Terminé más de una vez pringado, sin ningún beneficio y encima con mala fama; que en tal sitio han entrado y han destrozado cristales y muebles la culpa de Cucusemi, como le dije en su momento al guardia civil: oiga que yo tengo mi orgullo y puedo entrar y salir sin romper nada. Pero no me creían y al final terminaba pagando yo el pato, bueno pagar pagaba mi padre y a mí me dejaban con algunos tirones de oreja y más de un azote con el cinturón.
Esto no iba bien y tuve que cambiar de rumbo, lo más adecuado ayudar a mi padre los sábados con las chapuzas e incluso hacer algunas por mi cuenta, se gana poco pero lo suficiente para ir de vez en cuando al cine y tener algo de suelto en el bolsillo.
Muchas tardes las pasaba con mi colega Pencho en su casa.
Vivía en una antigua granja, ya sin animales, junto a la antigua estación de tren y las cuadras se utilizaban como almacenes y trasteros de todo, en una de ellas nos habilitamos un estupendo cuarto de juegos. Lo que mas nos gustaba era imaginarnos como locutores de radio, grabábamos nuestra emisión en un viejo radio casette con un micrófono y un transistor. En el transistor buscamos una emisora de música, los cuarenta principales era nuestra favorita, y con el micro junto al diminuto altavoz recogíamos la melodía mientras narramos nuestras dedicatorias y presentaciones.
-buenos días esto es radio roa y estáis escuchando a Julio Iglesias y su ultima canción “soy un semental”
Lastima que no haya sobrevivido ninguna de estas cintas pues hubiesen sido un documento sonoro estupendo para ambientar nuestras batallitas a los nietos. Aquí nació mi afición por ser pincha discos que me convirtió con el paso de los años en un DJ bastante aceptable, mola eso de utilizar partes de canciones para personalizar la tuya propia.
También nos hicimos con una mesa de pin pon, por supuesto hecha de restos de otras cosas, una diana para practicar con dardos, un tablero de ajedrez, con sus fichas y todo, y nuestro deporte estrella “las canicas” o bolas como se llaman por aquí. Tantas tardes enfrascados en nuestro particular refugio nos dieron como resultado una especial habilidad en estos menesteres que incluso nos permitíamos el lujo de ganar algún campeonato local y arriesgarnos a apostar dinero en competiciones entre pandillas. Unas veces se pierde, otras también, pero de vez en cuando se gana y da gustito.
Otra cosa que consumía nuestro tiempo era la pesca, al principio con un simple sedal y su correspondiente anzuelo lanzado desde los pasamanos de los balnearios y con el tiempo nos hicimos de cañas, arpones y a pescar donde podamos llegar con la bici.
Así transcurrían los días y poco a poco se acercaba la etapa final del colegio, mi ansia de aprender se había disipado y casi me cuesta sacarme el graduado, un cinco pelao y gracias, pero conseguí el titulo.
También fue por entonces que la vida me enfrentó a situaciones dolorosas, hasta ahora todo era felicidad e ignorancia infantil pero en poco tiempo tuve que asumir la muerte de mis abuelas. Siendo más niño también habían fallecido algunos familiares y conocidos de la familia pero no era consciente de ello, simplemente dejaban de estar y prácticamente los olvidada sin darme cuenta, más cuando murió mi abuela materna - mamaica la llamábamos - fue un golpe bajo del destino.
Yo la quería mucho y como vivíamos cerca nos veíamos a diario, me gustaba mucho ir a jugar a su casa y las veces que estaba enfermo me hacia compañía. Era una mujer maravillosa, viuda desde la guerra tuvo que pasar lo suyo para sacar a sus hijos adelante y no recuerdo ni un solo mal gesto ni regañina de ella a pesar de lo travieso que yo era, en mi memoria perdura su imagen menuda sentada en su mecedora contándonos historias y su costumbre de todos los domingos, sin falta y como si fuese un dogma de fe, nos daba un duro de paga a cada uno de sus nietos.
El Señor la llamó a su seno un día de Reyes. Como era costumbre entonces se veló el cuerpo presente en su casa y yo, en mi propio miedo por enfrentarme a la muerte, no me atreví a mirar el féretro.
Poco tiempo después también murió mi abuela paterna, mi yaya. Aunque tenia menos contacto con ella también la quería mucho, cada vez que íbamos a su casa de Roda me daba un duro y cuando ella venia a la nuestra solía dejar igual propina. En esta ocasión no quise tener miedo y portarme como el hombre que casi ya era... en el duelo la contemplé simulando entereza, cuando el tembleque de mis piernas empezó a ser mas que visible me aparté a un rincón solitario y allí llore todo lo que pude llorar.
Lloré y en cada lágrima se evaporaba una pizca de mi infancia, con cada sollozo crecí un poco y, aunque no fui totalmente consciente de ello en aquel momento, después del entierro deje de ser un niño y mi subconsciente me empujaba a convertirme en alguien de quien otro alguien se sintiese orgulloso.
Acabó el colegio y con mi certificado de Graduado Escolar se me abrió el horizonte: seguir estudiando o trabajar.
Continuar estudiando se plantea difícil, mis padres tienen que hacer mucho esfuerzo para costearme el instituto y en vista de mis últimos resultados en el colegio no parece una opción valida.
Trabajar me gusta pero con catorce años solo puedes ser aprendiz de algo y con la fama que me he labrado con mis gamberradas no hay muchos negocios dispuestos para tomarme como ayudante.
En estas tesituras ocurrió que unos vendedores de cursos a distancia pasaron por el pueblo e hicieron unas reuniones para padres en el colegio, eran los típicos cursos que en realidad no parecen servir para nada pero a mi me ilusionó. Mi padre muy a regañadientes y con gran esfuerzo pagó los libros y me encontré de pronto aprendiendo a ser mecánico por correspondencia. Parece una estupidez pero esto provocó que mi padrino, que tenia un taller de coches en un pueblo cercano, me tomara como aprendiz en su casa. Así podía ver y tocar lo que los libros enseñaban, estudiar y practicar al mismo tiempo como en las mejores familias.
Realmente los libros me sirvieron de poco, no terminé de leer ninguno y como los exámenes eran por correo hacia trampas y los aprobé todos. Pero el tiempo que pasé con mi padrino me sirvió de mucho y forjo gran parte de mi carácter a la vez que mantenerme alejado del pueblo hizo que mi mala fama se diluyera y me convirtiera en un muchacho respetable.
Pasé grandes momentos en el taller, pero esos... esos los contaré en otro capitulo
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