¿Pájaro en mano o pájaro volando?
Capitulo decimoquinto: las decisiones que cambian el rumbo.
Y pasaban los días, uno tras otro;
entre cambios de aceite, lavado de coches, que si desmonta por aquí
y monta por allá. En los ratos libres jugando con los pájaros o
salía a correr al anochecer por los caminos entre campos de cultivo,
aunque esto último tuve que dejar de hacerlo pues los vecinos que me
cruzaba se empeñaban en traerme de vuelta en sus vehículos.
- ¿que haces por aquí? Sube que te
llevo.
- no gracias, es que me gusta salir
a correr.
- correr por correr, tu estas pallá
que te va a dar algo...
Y así casi todos los días, hasta
que alguien inventó la palabra footing y se puso de moda no hubo
forma de practicar este deporte con tranquilidad.
Una vez Padrino me regaló una
pareja de tórtolas ya que cuando que entraba a la jaula con los
pájaros se me ponían en el hombro y se dejaban coger.
No era algo raro, muchas veces
entraba a llenarles los comederos y abrir el grifo de la fuente para
que se renovara el agua entonces cogía un puñado de alpiste y me
quedaba quieto con la mano extendida; al poco los periquitos, mas
atrevidos, venían a comer de mi mano después los canarios y los
mandarines tropicales que no llegaban a posarse del todo, cogían los
granos y se los comían en otro sitio. Las tórtolas, como he dicho,
se me posaban en el hombro y esperaban que le acercara la mano. La
menos simpática fue la cacatúa blanca, se posaba en el brazo pero
con fuerza y me clavaba las uñas y más de un picotazo me dio al
tiempo que cogía la comida.
Llevé la parejita a casa y Papá
les construyó una gran jaula de madera de casi un metro de largo por
medio de alto con el frente cubierto de rejilla metálica; pronto
hicieron nido dentro y tuvieron dos pichones pero estos no
sobrevivieron más de un mes, alguien me dijo que porque la jaula era
demasiado pequeña para criar y los padres dejaban de alimentar a las
crías, esto no me gustaba nada y terminé vendiéndoselas a un amigo
que también tenia una habitación convertida en jaula por quinientas
pesetas.
Aprendí muchas cosas en aquella
época además de mecánica, entre ellas a mover los coches -que no
es lo mismo que conducir. Primero manejando el volante de aquellos
que no se podían arrancar, como era el que menos pesaba me ponían
al volante mientras otros empujaban para meterlos al taller: gira a
la derecha, todo recto, un poco hacia allá, frena ¡listo! siguiendo
las instrucciones era fácil. Un día hubo que ir a recoger un
seiscientos del pueblo, lo amarramos con una cuerda al parachoques
trasero del 1500 para remolcarlo, fue lo más parecido a conducir que
había hecho hasta entonces y de la emoción casi lo saco del camino
por el lado izquierdo. Poco a poco fui aprendiendo y cogiéndole el
truquillo al asunto hasta que me atrevía a meter y aparcar coches en
el taller.
Por aquella a mi primo le tocó
hacer la mili, eso me dio más protagonismo y responsabilidad cuando
aún era un aprendiz algo aventajado, sabia desmontar y montar pero
un cero a la izquierda en diagnosticar averiás, suerte que la hizo
en Cartagena y casi todos los días y fines de semana venia a casa.
Una noche se presento en el taller
con varios compañeros y mandos, resulta que estaban de maniobras en
el campo cercano de el Carmolí y se les rompió una trasmisión de
un camión y entre todos conseguimos repararla en un par de horas y
así su compañía pudo continuar al día siguiente como si nada
hubiese pasado, todos contentos y mi primo se ganó una semana de
permiso.
También pasaron cosas tristes, tía
Fina se puso enferma y murió en pocos días. Difícil llenar el
vacío que deja alguien que se va para siempre, pero es ley de vida y
hay que continuar por más que duela.
Continuamos con nuestras vidas y
yo empecé a pensar en como iba la mía. Había dejado el pueblo pero
no era esto lo que buscaba, no es que no me gustase, es que quería
más. Me imaginaba dentro de unos años como un gran mecánico, quizá
con mi propio taller, pero algo en mi interior me decía que no era
suficiente. Una noche mientras cepillábamos a los ponis hable con
Padrino y le dije que me iba a ir del taller en poco tiempo, mi mente
estaba puesta en ver mundo y me llamaba la atención el anuncio que
salia en la tele:
- ¡muchacho la Marina te llama!
Ver mundo y buen sueldo fijo. Solo
tenia una pega, de aquella, los dos primeros años el sueldo es casi
de risa por lo que si me voy a meter en este fregado necesito ahorrar
lo suficiente para pasar dos años medio bien y para eso lo más
rápido era trabajar a destajo en el campo o en los almacenes de
envasado de frutas que por aquí tenemos bastantes, muchas horas
diarias de trabajo y poco tiempo libre para poder gastar.
No gustó la idea a Padrino ni a
Papá pero aceptaron mi decisión. A partir de entonces la meta
estaba más clara y las cosas sucederían rápido pero eso ya os lo
contaré en otros capítulos.