Capitulo decimotercero: así era el taller y la vida de Cucusemi en él.
Ya había estado otras veces en el taller de mi padrino pero no fui consciente de sus dimensiones y peculiaridades hasta que fui a vivir allí.
Parecía – y seguro que fue así- la unión de varias casas viejas que daban a tres calles. Una parte se destinaba a vivienda: a un lado tres dormitorios y un salón comedor, a continuación una pequeña cocina con una escalera que subía a otra habitación en la terraza, desde aquí se pasaba por una puerta a un patio donde estaba el baño y al taller en sí; por otra puerta un poco más a la derecha se pasaba a un recibidor que tenia acceso de la calle y que hacia las veces de sala de estar, desde el recibidor se accedía a otro dormitorio que era el que ocupábamos mi primo y yo.
La parte del taller se correspondía con los patios de las casas que se hallaban cubiertos con una estructura de vigas de hierro y chapas de uralita y dividido en dos secciones, la primera -vista desde la casa- donde se podía meter hasta una furgoneta grande era el lavadero, allí se lavaban los coches a mano, trabajo que solía realizar mi prima o los aprendices que estábamos en el taller.
La otra sección era el taller de reparaciones y -bien aparcados- se podían meter hasta seis turismos sin mucha complicación, cada zona tenia su propia puerta a la calle y se podía pasar de una a otra conduciendo sin necesidad de ser un virtuoso del volante.
A continuación otro patio y la parte más divertida del lugar: con rejilla metálica se había montado una jaula enorme, casi del tamaño de uno de los dormitorios, en el centro una fuente de agua y un limonero y ocupando su propio espacio muchos pájaros: tropicales mandarines, periquitos, canarios, una cacatúa blanca con muy mala leche, una pareja de faisanes, otro par de gallinas cluecas, algunas tórtolas y seguro que olvido alguno.
Cerrando el solar una cuadra con varias jaulas para conejos y mis favoritos: los ponis Luna y Lucero de los que contaré algo más adelante.
El taller tenia prácticamente todo lo necesario para cualquier reparación sobre un vehículo: desde el foso para trabajos desde abajo –Padrino contaba con orgullo como lo habían escabado a pico y pala- a herramientas que yo entonces desconocía pero que no tardé en aprender su manejo, desde soldadores eléctricos y autógenos a diferentes ingenios hidráulicos que hacían el trabajo algo más divertido y cómodo.
Ya el primer día Padrino me hizo encargo del uso de una de las herramientas más importantes.
- Hay dos herramientas que no pueden faltar nunca
en ningún taller -decía- y son: la escoba y el martillo.
Como martillos hay muchos y cada uno es para una cosa lo mejor es empezar por la escoba porque, aunque hay varios modelos, todas se manipulan igual.
Y así comencé mi vida como mecánico mirando, barriendo, limpiando piezas y recogiendo herramientas tras cada trabajo.
En pocos días ya colaboraba en los desmontajes bajo la atenta mirada de mi primo y de Padrino, al principio me decían:
- quítate este tornillo este otro y aquel de más atrás.
Y allá iba yo con toda la ilusión probando una llave tras otra hasta que mi ojo se hizo experto en calcular el tamaño justo de cada tuerca. Poco después ya era:
- quítate esta pieza y aquella.
En pocos meses ya era todo un buen aprendiz y ya la cosa molaba más:
- al seiscientos del Pepenicos, empieza a sacarle el motor.
Así pasaban los días, entre los seat 124 y 1430, los seiscientos, los renault 4 latas, citroen 2 caballos y diane 6 y tantos coches de la época.
Parecía – y seguro que fue así- la unión de varias casas viejas que daban a tres calles. Una parte se destinaba a vivienda: a un lado tres dormitorios y un salón comedor, a continuación una pequeña cocina con una escalera que subía a otra habitación en la terraza, desde aquí se pasaba por una puerta a un patio donde estaba el baño y al taller en sí; por otra puerta un poco más a la derecha se pasaba a un recibidor que tenia acceso de la calle y que hacia las veces de sala de estar, desde el recibidor se accedía a otro dormitorio que era el que ocupábamos mi primo y yo.
La parte del taller se correspondía con los patios de las casas que se hallaban cubiertos con una estructura de vigas de hierro y chapas de uralita y dividido en dos secciones, la primera -vista desde la casa- donde se podía meter hasta una furgoneta grande era el lavadero, allí se lavaban los coches a mano, trabajo que solía realizar mi prima o los aprendices que estábamos en el taller.
La otra sección era el taller de reparaciones y -bien aparcados- se podían meter hasta seis turismos sin mucha complicación, cada zona tenia su propia puerta a la calle y se podía pasar de una a otra conduciendo sin necesidad de ser un virtuoso del volante.
A continuación otro patio y la parte más divertida del lugar: con rejilla metálica se había montado una jaula enorme, casi del tamaño de uno de los dormitorios, en el centro una fuente de agua y un limonero y ocupando su propio espacio muchos pájaros: tropicales mandarines, periquitos, canarios, una cacatúa blanca con muy mala leche, una pareja de faisanes, otro par de gallinas cluecas, algunas tórtolas y seguro que olvido alguno.
Cerrando el solar una cuadra con varias jaulas para conejos y mis favoritos: los ponis Luna y Lucero de los que contaré algo más adelante.
El taller tenia prácticamente todo lo necesario para cualquier reparación sobre un vehículo: desde el foso para trabajos desde abajo –Padrino contaba con orgullo como lo habían escabado a pico y pala- a herramientas que yo entonces desconocía pero que no tardé en aprender su manejo, desde soldadores eléctricos y autógenos a diferentes ingenios hidráulicos que hacían el trabajo algo más divertido y cómodo.
Ya el primer día Padrino me hizo encargo del uso de una de las herramientas más importantes.
- Hay dos herramientas que no pueden faltar nunca
en ningún taller -decía- y son: la escoba y el martillo.
Como martillos hay muchos y cada uno es para una cosa lo mejor es empezar por la escoba porque, aunque hay varios modelos, todas se manipulan igual.
Y así comencé mi vida como mecánico mirando, barriendo, limpiando piezas y recogiendo herramientas tras cada trabajo.
En pocos días ya colaboraba en los desmontajes bajo la atenta mirada de mi primo y de Padrino, al principio me decían:
- quítate este tornillo este otro y aquel de más atrás.
Y allá iba yo con toda la ilusión probando una llave tras otra hasta que mi ojo se hizo experto en calcular el tamaño justo de cada tuerca. Poco después ya era:
- quítate esta pieza y aquella.
En pocos meses ya era todo un buen aprendiz y ya la cosa molaba más:
- al seiscientos del Pepenicos, empieza a sacarle el motor.
Así pasaban los días, entre los seat 124 y 1430, los seiscientos, los renault 4 latas, citroen 2 caballos y diane 6 y tantos coches de la época.
Padrino se levantaba temprano, antes de las siete, y atendía a los animales. Sobre las ocho la tita Fina nos despertaba a los demás con el desayuno ya preparado: café, leche, galletas, bizcocho, pan... había que coger fuerzas para empezar el día con alegría y la tita era una experta en ello.
Supervitaminados y supermineralizados a base de bien como decía el superratón empezábamos la jornada. En primer lugar hacer sitio para trabajar sacando a la calle algunos coches, ya que por la noche se guardaban dentro todos los posibles -dicen que el tetris lo invento un ruso pero seguro que se inspiró en la forma de guardar los autos en el taller, no quedaba ni un solo centímetro desaprovechado- seguíamos a continuación cada uno a su tajo y a reparar lo reparable. A media mañana parada para el almuerzo, en plan “señor” a mesa puesta y con viandas para coger fuerzas, lo mismo un filete a la plancha acompañado de embutidos variados que un buen bocadillo de dos palmos bien cargadito por dentro, mis favoritos: el de mejillones con chocolate y el de morcilla de cebolla. De acompañamiento una cerveza o un buen vaso de vino.
Que buen vino tenia Padrino, lo compraba a granel y lo guardaba en un barril de madera de unas dos arrobas, entre consume y rellena el barrilico crío una madre que dejaba el vino digno de la mejor mesa, que era por supuesto la de la tita Fina.
Vuelta al trabajo, otra parada para comer, una hora de siesta y seguir el ritmo hasta poco antes de la cena. Después de cenar cada uno a su tarea particular, mis primos a atender a sus respectivos novios, yo a estudiar, Padrino a atender a los animales y aún quedaba tiempo antes de irnos a la cama para ver la televisión o echar unas manos a las cartas entre nosotros y algunos vecinos que venían adrede para la partida, ya fuera al chinchón o al subastao. A duro la mano y peseta el reenganche se hacia la hora de dormir.
Esta era la rutina desde el lunes por la mañana que tomaba el autobús para ir al taller hasta el sábado a medio día que volvía a casa a pasar el fin de semana.
Vuelta al trabajo, otra parada para comer, una hora de siesta y seguir el ritmo hasta poco antes de la cena. Después de cenar cada uno a su tarea particular, mis primos a atender a sus respectivos novios, yo a estudiar, Padrino a atender a los animales y aún quedaba tiempo antes de irnos a la cama para ver la televisión o echar unas manos a las cartas entre nosotros y algunos vecinos que venían adrede para la partida, ya fuera al chinchón o al subastao. A duro la mano y peseta el reenganche se hacia la hora de dormir.
Esta era la rutina desde el lunes por la mañana que tomaba el autobús para ir al taller hasta el sábado a medio día que volvía a casa a pasar el fin de semana.
Antes de ir a coger el bus Padrino me daba cinco mil pesetas, el bolsillo me ardía hasta llegar a casa y dárselas a mama y yo me sentía más hombre todavía: tengo un oficio y aporto dinero a casa ya solo me falta mejorar para dejar de ser aprendiz y convertirme en un mecánico de verdad.
Mi vida en el taller pronto se lleno de anécdotas divertidas, unas más que otras, y me enseñó a desenvolverme entre dificultades, raro el día que no hubo que improvisar algún apaño o herramienta para solucionar una reparación.
Mi vida en el taller pronto se lleno de anécdotas divertidas, unas más que otras, y me enseñó a desenvolverme entre dificultades, raro el día que no hubo que improvisar algún apaño o herramienta para solucionar una reparación.
Pero eso queridos lectores, como ya sabéis, corresponde a futuros capítulos.
capitulo primero capitulo anterior capitulo siguiente
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Ainss que .....¿No sabía de tus dotes de mecánico de automoción?. ¡¡El Arias lo escribísteis entre Mª Paz y Tú!!.
ResponderEliminarhola al loro, de momento todo sale de mi cabeza pero ya le pediré consejo cuando me empiece a fallar la memoria...
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