Capítulo décimo sexto: preparando
el futuro.
Una vez dejado el taller ya no
valían escusas, tenia que hacer dinero y estudiar si quería
presentarme a la Marina. Lo primero: trabajar. Y empecé por un local
cercano a casa donde se preparaban ramos de espigas secas para
enviarlos al tinte que después se usarían en floristerías.
No parecía un trabajo complicado:
separar las espigas por tamaños, limpiar el tallo de hojas y agruparlas en ramilletes de diez unidades sin romper ninguna. Pero
era una tarea sucia y mal pagada, las briznas se metían por la ropa
y te producían continuos picores; pagaban a dos pesetas el ramo y
trabajando a buen ritmo podías sacar hasta doscientas pesetas al
día, mucho menos que en el campo o los almacenes de fruta, quizá
por eso la plantilla era muy cambiante y yo no tardé más de dos
meses en cambiar de sitio.
De las flores secas pasé a un
almacén de procesado de naranjas y limones, trabajo más duro pero
mejor pagado. A mí por ser joven y en teoría aprendiz me daban el
sueldo de las mujeres, 125 pesetas la hora, pero eso estaba asumido
por todos en aquella época y no era un problema, todos trabajábamos
lo mismo pero los hombres cobraban veinticinco pesetas más a la
hora. Y por supuesto sin seguro, solo si tenias un accidente te
hacían contrato con fecha del día anterior.
Comenzábamos a las ocho de la
mañana aunque yo llegaba a las siete para ayudar a Paco el encargado
a guardar los perros y limpiar todas las cacas que estos habían
dejado, no me pagaban más por ello pero a cambio podía coger las
frutas que quisiera para llevarme a casa ya que no me veía nadie,
eran dos perros de tamaño medio: Sultán que de lejos parecía un
pastor alemán y Chispa una hembra negra como el carbón, mezclas de
siete razas y con la única habilidad de ensuciar de una manera
increíble, por la noche quedaban sueltos por el interior haciendo de
vigilantes y cuando llegábamos los trabajadores se ataban en el
exterior junto a un sombraje hecho para ellos; yo me encargaba de
ponerles agua y comida, mayormente sobras que aportaban entre todos
a lo mejor por eso me querían tanto, y aunque eran incapaces de
morder a nadie montaban un escándalo ladrando terrible y como
cagaban los muy…
Ademas me encargaba de limpiar las
maquinas al cierre, que no tenia hora fija, unas veces terminábamos
temprano sobre las ocho de la tarde y otras había que sacar los
palés para la carga de un camión y no era raro terminar bien
entrada la noche.
Y la rutina diaria, volcar las cajas
de frutas en la maquina que las limpiaba, abrillantaba y separaba por
tamaños, las mujeres las empaquetaban en cajas de madera y pasaban a
una cinta de transporte donde las recogíamos y colocábamos sobre
palés para su carga en camiones; cuatro adolescentes nos turnábamos
en este trabajo mientras los mayores se encargaban de la carga y
descarga con las fenwic.
Cuando el trabajo en el almacén era
más escaso me iba con las cuadrillas de recolección, seis o siete
hombres acurrucados en la caja de un camión hasta el campo donde
cogíamos una a una cada pieza de fruta del árbol, ahí desarrollé
cierta habilidad para encaramarme entre las ramas de los naranjos y
limoneros para coger las piezas más altas. También aprendí a tomar
nota de todas las horas trabajadas pues los jefes tenían la rácana
costumbre de no sumar alguna diaria y a la hora de cobrar la quincena
siempre faltaban tres o cuatro horas del salario.
Se ganaba dinero a base de muchas
horas de trabajo pero iba por temporadas y no duraba más de dos
meses, en cuanto pasaba la temporada de una fruta había que cambiar
de almacén y eso hice cuando llegó el momento.
Entre fruta y campo aun quedaban
ratos libres, después de las comidas, por la noche antes de dormir
y los domingos; estos ratos los aprovechaba para estudiar algo con
vista a presentarme a la Marina, no tenía mucha base en que apoyar
mi estudio pero sabia que el examen de ingreso consistía en varios
test de cultura general y rapidez mental así que me hice con una
buen surtido de revistas de crucigramas y leía cualquier cosa que
cayese en mis manos lo mismo daba un libro que una novela de
bolsillo, un periódico o un prospecto, todo vale para aprender a
leer con rapidez y conocer las palabras con sus tildes, sus haches y
por absurda que parezca siempre tiene referencias históricas o
geográficas que se quedan en la cabeza; para matemáticas y física
repasaba mis libros de octavo de EGB a los que tan poco caso hice en
su día. Las pruebas físicas no me preocupaban pues tenia agilidad y
buena forma, esperaba poder superarlas sin problema. No parece un
buen plan de estudios pero ni tenia tiempo para empezar otro mejor,
ni dinero para pagarme clases particulares.
Y llegó el día del examen allá
por el mes de febrero, así que después de madrugar y tomar un
desayuno cogí el autobús destino a Cartagena, al Cuartel de
Instrucción donde eran las pruebas. Allí coincidimos un nutrido
surtido de jóvenes con tantos orígenes y motivaciones diferentes
que se necesitarían varios libros para describirlos, desde
universitarios que no avanzaban en su carrera hasta casi ignorantes
como yo cada uno con sus propios temores e ilusiones.
Cuarenta muchachos, cuarenta
pupitres, cuarenta lapices y otros tantos folletos de examen con su
correspondiente hoja de respuestas formábamos cada grupo y nos
pusimos manos, y mente, a la obra.
-Lean con atención las preguntas,
marquen la respuesta en la hojilla, si tienen alguna duda levanten la
mano, a quien se pille copiando será expulsado del aula y no contara
su ejercicio para la nota. Tienen dos horas para terminar.
Esta letanía la repetia al comienzo de cada prueba uno los
jueces, con voz automática y casi sin emoción, como si no le
importara.
- ¿Alguna pregunta? ¡Pueden
empezar!
Primera prueba: test de agilidad
mental, que número sigue en la serie, que ficha de dominó falta
etc. y así hasta cien preguntas. A los veinte minutos ya había
terminado, entregue mi hoja y a esperar. Siguieron el resto de
exámenes, matemáticas, cultura general, gramática y ortografía.
Dos por la mañana y otros dos por la tarde, hasta me dio tiempo a
coger el bus de vuelta a casa antes de cenar. Mañana sería el turno
del reconocimiento medico y las pruebas físicas.
Al día siguiente la primera
sorpresa, las pruebas físicas solo las tendrán que hacer los que
aprueben los test. Así que todos al hospital de Marina a
reconocimiento medico.
Más de cien muchachos en cola
pasamos por una serie de consultas donde entre unos cuantos médicos
militares y algunas monjas enfermeras nos hicieron radiografías y
controles a toda prisa, una muestra de orina, otra de sangre,
comprobar que no teníamos los pies planos y ya está.
- Pueden irse a casa, ya recibirán
una carta con los resultados de su oposición.
Bueno, ahora toca ir para casa a
seguir trabajando y a esperar.
Tiempo después llegaron los
resultados pero de ellos ya hablaré en su capitulo correspondiente
pues hasta entonces todavía ocurrieron muchas cosas interesantes.