jueves, 29 de octubre de 2015

Cucusemi XVI

La estrategia del pasado mañana

Capítulo décimo sexto: preparando el futuro.


Una vez dejado el taller ya no valían escusas, tenia que hacer dinero y estudiar si quería presentarme a la Marina. Lo primero: trabajar. Y empecé por un local cercano a casa donde se preparaban ramos de espigas secas para enviarlos al tinte que después se usarían en floristerías.


No parecía un trabajo complicado: separar las espigas por tamaños, limpiar el tallo de hojas y agruparlas en ramilletes de diez unidades sin romper ninguna. Pero era una tarea sucia y mal pagada, las briznas se metían por la ropa y te producían continuos picores; pagaban a dos pesetas el ramo y trabajando a buen ritmo podías sacar hasta doscientas pesetas al día, mucho menos que en el campo o los almacenes de fruta, quizá por eso la plantilla era muy cambiante y yo no tardé más de dos meses en cambiar de sitio. 
 

De las flores secas pasé a un almacén de procesado de naranjas y limones, trabajo más duro pero mejor pagado. A mí por ser joven y en teoría aprendiz me daban el sueldo de las mujeres, 125 pesetas la hora, pero eso estaba asumido por todos en aquella época y no era un problema, todos trabajábamos lo mismo pero los hombres cobraban veinticinco pesetas más a la hora. Y por supuesto sin seguro, solo si tenias un accidente te hacían contrato con fecha del día anterior.


Comenzábamos a las ocho de la mañana aunque yo llegaba a las siete para ayudar a Paco el encargado a guardar los perros y limpiar todas las cacas que estos habían dejado, no me pagaban más por ello pero a cambio podía coger las frutas que quisiera para llevarme a casa ya que no me veía nadie, eran dos perros de tamaño medio: Sultán que de lejos parecía un pastor alemán y Chispa una hembra negra como el carbón, mezclas de siete razas y con la única habilidad de ensuciar de una manera increíble, por la noche quedaban sueltos por el interior haciendo de vigilantes y cuando llegábamos los trabajadores se ataban en el exterior junto a un sombraje hecho para ellos; yo me encargaba de ponerles agua y comida, mayormente sobras que aportaban entre todos a lo mejor por eso me querían tanto, y aunque eran incapaces de morder a nadie montaban un escándalo ladrando terrible y como cagaban los muy…


Ademas me encargaba de limpiar las maquinas al cierre, que no tenia hora fija, unas veces terminábamos temprano sobre las ocho de la tarde y otras había que sacar los palés para la carga de un camión y no era raro terminar bien entrada la noche.


Y la rutina diaria, volcar las cajas de frutas en la maquina que las limpiaba, abrillantaba y separaba por tamaños, las mujeres las empaquetaban en cajas de madera y pasaban a una cinta de transporte donde las recogíamos y colocábamos sobre palés para su carga en camiones; cuatro adolescentes nos turnábamos en este trabajo mientras los mayores se encargaban de la carga y descarga con las fenwic.


Cuando el trabajo en el almacén era más escaso me iba con las cuadrillas de recolección, seis o siete hombres acurrucados en la caja de un camión hasta el campo donde cogíamos una a una cada pieza de fruta del árbol, ahí desarrollé cierta habilidad para encaramarme entre las ramas de los naranjos y limoneros para coger las piezas más altas. También aprendí a tomar nota de todas las horas trabajadas pues los jefes tenían la rácana costumbre de no sumar alguna diaria y a la hora de cobrar la quincena siempre faltaban tres o cuatro horas del salario.


Se ganaba dinero a base de muchas horas de trabajo pero iba por temporadas y no duraba más de dos meses, en cuanto pasaba la temporada de una fruta había que cambiar de almacén y eso hice cuando llegó el momento.



Entre fruta y campo aun quedaban ratos libres, después de las comidas, por la noche antes de dormir y los domingos; estos ratos los aprovechaba para estudiar algo con vista a presentarme a la Marina, no tenía mucha base en que apoyar mi estudio pero sabia que el examen de ingreso consistía en varios test de cultura general y rapidez mental así que me hice con una buen surtido de revistas de crucigramas y leía cualquier cosa que cayese en mis manos lo mismo daba un libro que una novela de bolsillo, un periódico o un prospecto, todo vale para aprender a leer con rapidez y conocer las palabras con sus tildes, sus haches y por absurda que parezca siempre tiene referencias históricas o geográficas que se quedan en la cabeza; para matemáticas y física repasaba mis libros de octavo de EGB a los que tan poco caso hice en su día. Las pruebas físicas no me preocupaban pues tenia agilidad y buena forma, esperaba poder superarlas sin problema. No parece un buen plan de estudios pero ni tenia tiempo para empezar otro mejor, ni dinero para pagarme clases particulares.



Y llegó el día del examen allá por el mes de febrero, así que después de madrugar y tomar un desayuno cogí el autobús destino a Cartagena, al Cuartel de Instrucción donde eran las pruebas. Allí coincidimos un nutrido surtido de jóvenes con tantos orígenes y motivaciones diferentes que se necesitarían varios libros para describirlos, desde universitarios que no avanzaban en su carrera hasta casi ignorantes como yo cada uno con sus propios temores e ilusiones.


Cuarenta muchachos, cuarenta pupitres, cuarenta lapices y otros tantos folletos de examen con su correspondiente hoja de respuestas formábamos cada grupo y nos pusimos manos, y mente, a la obra.



-Lean con atención las preguntas, marquen la respuesta en la hojilla, si tienen  alguna duda levanten la mano, a quien se pille copiando será expulsado del aula y no contara su ejercicio para la nota. Tienen dos horas para terminar.



Esta letanía la repetia al comienzo de cada prueba uno los jueces, con voz automática y casi sin emoción, como si no le importara.



- ¿Alguna pregunta? ¡Pueden empezar!



Primera prueba: test de agilidad mental, que número sigue en la serie, que ficha de dominó falta etc. y así hasta cien preguntas. A los veinte minutos ya había terminado, entregue mi hoja y a esperar. Siguieron el resto de exámenes, matemáticas, cultura general, gramática y ortografía. Dos por la mañana y otros dos por la tarde, hasta me dio tiempo a coger el bus de vuelta a casa antes de cenar. Mañana sería el turno del reconocimiento medico y las pruebas físicas.




Al día siguiente la primera sorpresa, las pruebas físicas solo las tendrán que hacer los que aprueben los test. Así que todos al hospital de Marina a reconocimiento medico.


Más de cien muchachos en cola pasamos por una serie de consultas donde entre unos cuantos médicos militares y algunas monjas enfermeras nos hicieron radiografías y controles a toda prisa, una muestra de orina, otra de sangre, comprobar que no teníamos los pies planos y ya está.



- Pueden irse a casa, ya recibirán una carta con los resultados de su oposición.



Bueno, ahora toca ir para casa a seguir trabajando y a esperar.




Tiempo después llegaron los resultados pero de ellos ya hablaré en su capitulo correspondiente pues hasta entonces todavía ocurrieron muchas cosas interesantes.






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