miércoles, 2 de mayo de 2012

cucusemi IIII

 Si ya has llegado hasta este capitulo sabes de que va la historia y si no ve directamente al capitulo primero y no hagas trampas.

Capitulo cuarto: de cómo cucusemi inicia su formación intelectual, académica y vital
 
Ya tengo edad suficiente, como ya dije en el anterior capitulo, debo formarme y aprender cosas mas allá de lo que la simple experiencia me ofrece.

No tenia claro entonces si la decisión de mis padres respondía a su deseo de iniciar en mí una educación selecta o más bien se debía a poder dejarme en lugar seguro mientras ellos trabajaban para poder llegar a fin de mes sin demasiados agobios, con los años esta vicisitud ya no tiene secreto para mí pero quizá sin ser plenamente conscientes de lo que suponía para mi desarrollo, sinceramente, creo que tomaron la decisión correcta.

Y así me encontré al final del verano, enfrentado a mi suerte. Solo y en compañía de otros de mi edad inicié mi formación intelectual en “"La escuela de los cagones”".

No era exactamente un centro como los actuales, La escuela era una casa adaptada para acoger a los niños y tenerlos entretenidos, donde la señorita Conchi que hacía las veces de directora, jefa de estudios y profesora de todas las áreas. La casa era... como las casas típicas de este entorno, una planta baja con un recibidor, a derecha e izquierda sendas habitaciones de las cuales la de la diestra se llamaba “cuarto de los ratones” - donde te metían un rato si no te portabas bien - y la contraria siempre estaba cerrada por lo que no sé que función tenía. A continuación y separado por un viejo marco de madera, que en su día debió acoger dos puertas que lo separaran del vestíbulo,  lo que fuera el comedor también con dos puertas a los lados a la derecha otra habitación cerrada y a la izquierda la cocina. Desde la cocina se podía salir al patio y dentro de éste un pequeño habitáculo era el retrete que, básicamente, era un pozo ciego, con ladrillos y un buen tablón de madera se había hecho una base para sentarse y poder hacer cómodamente las necesidades naturales del cuerpo. Una larga mesa con bancos corridos a ambos lados ocupaba el recibidor hasta el comedor y allí recibí, junto a mis compañeros de generación, las primeras lecciones cívicas y aprendimos las primeras letras, niños a un lado y niñas a otro que tampoco eran tiempos de libertinaje.

Fue por entonces que aprendí una frase que con el tiempo daría mucho juego: mi mamá me ama, mi mamá me mima. En realidad eso ya lo sabía –-valiente descubrimiento-  pero lo verdaderamente impactante es que supe escribirlo y leerlo, de hecho esta historia no hubiese sido posible sin el correcto aprendizaje de esta oración y otras parecidas e incluso más cursis. Lo del juego que da la frase surgirá más de cuarenta años después, pero eso ya lo contaré en su momento.

De esta forma inicié mi formación académica, también aprendí normas sociales básicas y ajustarme a un horario rutinario. De lunes a sábado tras el aseo y desayuno mis hermanas me acompañan hasta La escuela 
– -¡no te vayas hasta que vengamos a recogerte!.- me dejaban de encargo, mientras ellas iban a su colegio. Al mediodía volvían a recogerme y para casa. Después de comer otra vez el mismo recorrido, un día tras otro. Algunas veces me despistaba y, casi sin querer, me dirigía hacia la playa que estaba cerca a jugar y cuando atinaba a volver a casa me las encontraba castigadas  por haberme perdido, entonces mamá tomaba cartas en el asunto y daca – ¡para que aprendas!.
- ¡A ver, si para aprender ya voy a la escuela!

En La escuela estábamos lo mejorcito de las futuras personalidades que darán sabor al pueblo, aún no se nos notaba pero entre aquellas personitas salieron alcaldes, policías, buenos artesanos y negociantes, delincuentes…  Algunas varias cosas de estas a la vez.

De entre todos mis compañeros he de destacar a Antonio que aparte de ser vecino mío compartimos inocencia y mala leche a partes iguales, si había premio era para los dos y cuando tocaba “cuarto de los ratones” también era a medias.
¡Ay, el cuarto de los ratones!. La primera vez que fui castigado he de reconocer que me dio miedo entrar. Se trataba de una habitación vacía, salvo alguna silla rota y alguna caja dejada en un rincón conteniendo dios sabe qué. La única luz que se podía ver era la que entraba por debajo de la puerta.
En casa cuando entra un ratón mamá lo mata con una escoba pero aquí estoy desarmado, no sé como lo voy a superar así que lo mejor será romper a llorar si llego a notar su presencia.
Después de muchos castigos en el cuarto, la mayoría en compañía de Antonio, me di cuenta que en realidad no había ratones y si los hubiese solo hacían ruido al otro lado de la pared. No era necesario tener miedo por lo que nos tumbábamos junto a la puerta para poder aprovechar la luz que entraba y jugamos a “pares o nones” o hacíamos planes para por la tarde.

Un día al terminar las clases de la mañana no esperé como otras veces a mis hermanas y fui con Antonio a jugar en la playa, siempre llevamos algún juguete en la cartera y en esta ocasión yo tenía mi estrella de sheriff y dos pistolas. Disfrutamos como niños jugando en la arena a ver quien se moría mejor y en una de esas mi revolver cayó al agua, quedó flotando y se alejaba poco a poco de la orilla; le tiramos piedras para ver si las ondas lo traían de vuelta pero cada vez parecía alejarse más. No quiero mojarme la ropa o si no mamá de dará algún azote así que me quito los pantalones y me meto en el agua, está fría pero no importa tengo que recuperar mi preciosa pistola, veo que mi amigo sigue mis pasos para ayudarme –-eso sí es mojarse por amistad.
 El condenado juguete parece tener vida propia, cuanto más avanzamos más lejos parece estar. Ya me mojé el jersey así que no es preciso llevar más cuidado y me lanzo abiertamente a capturar mi presa. Con el agua ya llegándome al cuello y casi a punto de alcanzar mi objetivo algo me sujetó desde atrás y me elevó sacándome del agua, era mamá, con el agua por la cintura, una cara de enfado tremenda y gritándome como una posesa:
- te vas a enterar cuando lleguemos a casa, ¡TE VAS A ENTERAR!- decía entre azote y azote.
 Pensé que ya me estaba enterando pero no lo dije, a mi corta edad ya sabía que algunas cosas es mejor no decirlas sobre todo cuando esta tu trasero en el punto de mira de una mano diestra en sacudir. De reojo vi a mi compañero de aventuras coger su pantalón y escabullirse como si no le hubiese visto nadie, mejor así, no es necesario  que carguemos los dos con la culpa aunque después se enteró su madre y terminamos castigados ambos. Castigados, mojados pero con mucha suerte pues mamá consiguió coger el arma y no perdí más que la parte de orgullo que me dejé en el camino a casa entre llanto y azotaina.
Estuvimos varios días castigados a no jugar juntos, suerte que los patios de nuestras casas estaban separados por una pared no muy alta y podíamos hablar e intercambiarnos juguetes arrojándolos por encima, más de uno quedo encanado en el tejado pero tras un día lluvioso o con viento volvía a caer y lo recuperábamos.

Una tarde de invierno, por mi cumpleaños, tuve una sorpresa: un cachorro de gato.
Un lindo gatito con más mezcla de razas que pelo, blanco con manchas canela, tan pequeño que aún había que alimentarle con leche, la bebía el solo de un cuenco y le preparamos cama en una caja de zapatos con un trapo viejo y lo pusimos en el patio adosado a la cocina, bajo la pila de lavar, allí estará protegido de la lluvia y el viento.
 –esta será tu cama Mifú y cuando crezcas te buscaré una caja mayor.

¡Qué mala fé tiene el Mifú! Si lo coges del rabo te araña, si lo coges del cuello también, ¿para qué sirve un gato si no puedes hacer nada divertido con él? Una tarde entre Antonio y yo decidimos que teníamos que enseñar a jugar a Mifú, lo cogí entre mis brazos y salimos a la calle. Había llovido por la mañana y la calzada sin asfaltar estaba llena de barro y charcos donde nos gustaba saltar, chapotear y resbalar a pesar de ser conscientes que luego tendríamos regañina. Enseñamos al gato a saltar con nosotros, lo tiramos al charco y sale todo mojadito y temblando hacia nosotros. Debe gustarle pues ahora no araña, una y otra vez al agua hasta que dejó de ser divertido. No piensen mal, aquello no era crueldad, estábamos jugando y Mifú era un compañero más. 
De vuelta a casa la regañina fue tremenda. Que si no tenemos otro sitio para jugar, que si no sabemos jugar a otra cosa, que si el gato no es un muñeco… y entre frase y frase una buena palmada en salva sea la parte. Llorado, lavado y castigado fui a la cama esa noche y a la mañana siguiente la vida me sacudió con crudeza, aprendí lo que era el dolor, no el dolor físico pues ese ya lo iba conociendo a ratos desde que nací, si no el dolor de dentro, el que te encoge el corazón y no sabes cómo ponerle remedio. Por la mañana al levantarme e ir a saludar a Mifú lo encontré sin vida en su camita, el pobre minino se escondió allí por la noche, el agua que empapaba su pelaje y el frío nocturno fueron excesivos para su menudo cuerpo y yo sentí que faltaba algo más que un gato, perdí un amigo y encima me sentía culpable de la situación. No pude llorar, quería hacerlo pero mis lágrimas se negaban a fluir, como si alguna parte interior de mi mente quisiera fustigarme y evitar que con el llanto disminuyera mi sentimiento de culpa. 

Así te enseña la vida, lo que no está en los libros lo aprendes a base alegrías y golpes bajos a partes iguales, tuve otras mascotas y algunas me dejaron de forma triste pero todas me ayudaron a su manera a ser mejor persona.

La etapa de La escuela de los cagones ya tenía los días contados y con los conocimientos básicos de las letras y números debía empezar ya una formación más seria y especifica. La siguiente etapa será en el colegio pero eso, claro está lo contaré en otro episodio


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4 comentarios:

  1. ¡¡Ay que leches, que en todos los coles de parbulitos había cuarto de ratones!!

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    1. ratones en las de los pobres y caramelos en las de los ricos...

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  2. Veremos lo que le depara a cucusemi en el quinto capítulo. Lo del cuarto de los ratones no lo conozco yo de mi generación ni mi colegio... Interesante.

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    1. suerte tuviste Víctor, pues era algo realmente tétrico para una mente tan joven.

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